Fallece Pablo Iglesias en Madrid

El 9 de diciembre de 1925 falleció en su domicilio de la madrileña calle de Ferraz 68, Pablo Iglesias, cuando aún no hacía dos meses que había cumplido los 75 años de edad. Según el certificado de defunción, el deceso fue motivado por una “miocarditis crónica y enfisema pulmonar”, si bien era de sobra conocido que “el abuelo” venía padeciendo durante toda su vida un deficiente estado de salud, pues desde que entró en la cincuentena no pasó un año sin que tuviera que guardar cama algunas semanas.

Tuviera su origen en las malas condiciones soportadas durante sus primeros años en el Hospicio madrileño, o por las aún peores de sus estancias en la cárceles de Málaga y Madrid, el hecho es que sufrió durante toda su vida una dispepsia crónica, es decir, un trastorno doloroso de tipo gástrico también conocido como “digestión difícil”. Amén del tratamiento farmacológico prescrito últimamente por los doctores Huertas y Huarte – el “préstamo”, como él decía, por permitirle vivir un poco más de tiempo –, lo recomendado ya desde antiguo por el doctor Vera para tal dolencia era una combinación de gimnasia y régimen alimenticio, o “tranquilidad y buenos alimentos”, como él mismo solía repetir. Un tratamiento difícil de seguir para un hombre con las responsabilidades que Iglesias tenía en partido y sindicato, aunque lo intentara, a pesar de la atención reclamada por los avatares políticos de aquellos últimos años. Tras la delicada intervención quirúrgica de uretrotomía a que fue sometido en Barcelona en marzo de 1917, y superado el largo postoperatorio, pasó parte del verano de 1918 en Venta Mina, la finca de labor que un viejo compañero poseía cerca de Buñol (Valencia). Vencida la grave bronconeumonía del invierno siguiente, el mes de julio de 1920 lo pasó en el balneario de Fitero (Navarra), y el de octubre en el de La Aliseda (Jaén). Y aún le restaron ánimos para disfrutar del que sería su último veraneo fuera de Madrid – el de 1921 –, en el pueblo costero asturiano de Celorio. Durante los tres últimos años de su vida no salió a penas de su domicilio, como no fuera para tomar el sol y respirar aire puro por el vecino Paseo de Rosales, acompañado por el compañero y amigo Cándido Ramírez, quien le indujo al vegetarianismo, lo que le proporcionó nuevos ánimos. Quizás fueran estos los necesarios para acudir al Congreso de los Diputados con objeto de prometer y tomar posesión de su escaño el 26 de junio de 1923.

A las dos horas de la defunción, la noticia era conocida ya por todo Madrid, pues los periódicos de la noche, a punto de cerrar sus ediciones, dieron en ellas un avance de la misma. Desde primera hora de la mañana siguiente, destacados socialistas, así como múltiples personalidades de todas las tendencias políticas, se fueron acercando hasta el domicilio del difunto para dar el pésame a la viuda, mientras que las directivas de partido y sindicato formaban una comisión organizadora de los actos fúnebres. Toda la prensa nacional se hizo eco de la noticia, destacando la integridad, honradez y ejemplaridad del político fallecido, aunque no se coincidiera con sus ideas. Únicamente el diario católico “El Debate” dio la nota discordante en sus comentarios, lo que le valió la repulsa de toda la comunidad periodística y de la mayor parte de la ciudadanía. A lo largo del día siguiente se recibieron numerosas notas de condolencia, telegramas de pésame y coronas de flores, que daban buena muestra del cariño que Iglesias despertaba, no sólo entre sus correligionarios sino en la gran mayoría de la gente. Tras proceder a su embalsamamiento, el cadáver fue trasladado al salón pequeño de la Casa del Pueblo, donde quedó todo dispuesto para que pudiera ser honrado por cuantas personas lo deseasen, mientras que miembros de las directivas de partido, sindicato y Juventudes Socialistas establecieron turnos para su velatorio. Durante viernes y sábado, miles de madrileños, así como centenares de trabajadores llegados “ex profeso” de provincias, dieron su último adiós al “abuelo”. La entrada se efectuaba por la puerta del teatro, en la calle de Gravina, y la salida por la principal de Piamonte. En las horas de mayor afluencia – de seis a nueve de la noche del sábado –, la cola formada comenzaba en la calle de Hortaleza para bajar por la de Gravina, seguir por la acera de los impares de la de Góngora y, tras cruzar la de Piamonte, llegar hasta la de San Lucas para, girando allí, volver otra vez a Gravina y acceder a la puerta del teatro. Más de un kilómetro de camino para rendir el último homenaje al padre del socialismo español, como hicieron más de cien mil personas durante ambos días que aguantaron impertérritos la persistente y helada lluvia que no dejó de caer.

La mañana del domingo, día 13, se procedió al entierro, siendo los restos acompañados en manifestación pública hasta el cementerio civil. Toda la prensa dio cumplida cuenta de la fúnebre manifestación, cifrándose en unas doscientas cincuenta mil personas, de todas las clases sociales, las que acudieron a tan entrañable despedida, en la mayor concentración humana conocida hasta entonces en Madrid.

  • 00

    días

  • 00

    horas

  • 00

    minutos

  • 00

    segundos