Primera celebración del 1º de mayo en España

Los obreros de los países más industrializados iniciaron las reivindicaciones de reducción de sus interminables jornadas de trabajo desde mediados del siglo XIX. Cuando en 1864 se creó la Primera Internacional, Carlos Marx ya se refirió en su intervención a la limitación de la jornada de trabajo, reclamación que se mantuvo en las siguientes reuniones de la AIT, tanto por parte bakuninista como por la marxista.

Llegados a 1889 –más concretamente, los días 14 al 21 de julio en conmemoración del primer centenario de la revolución francesa–, y en cumplimiento de los diversos acuerdos anteriores, se preparó la celebración del de París, que finalmente hubo de ser fraccionado en dos distintas asambleas: la moderada y posibilista celebrada en la calle Lancry, y a la que asistieron numerosos obreros franceses y británicos tradunionistas; y la marxista de la Sala Pretelle – que se hubo de trasladar a la vecina calle Rochechouart, por su escasez de aforo –, a la que acudieron los guesdistas franceses y alemanes del Partido Social Demócrata, así como el representante español, Pablo Iglesias, repartiéndose los anarquistas por ambas reuniones. Sería en ésta en la que quedaría fundada la Segunda Internacional, adoptándose también en ella una resolución final que recogía una serie de reivindicaciones sociales, entre las que se incluía la resolución de celebrar una grandiosa manifestación internacional el 1 de mayo por la consecución de la jornada de 8 horas, al tiempo que rechazó una enmienda favorable a la huelga general.

Una resolución semejante había sido ya formalmente fijada para el 1º de mayo de 1890 por la Federación Americana del Trabajo, en su congreso de diciembre de 1888, celebrado en Saint-Louis (USA), en línea con lo ya apuntado en el de Chicago de cuatro años antes para esa misma fecha de 1886. Esta sangrienta jornada, tanto en víctimas directas por la represión gubernamental, como en las condenas a pena capital posteriores, fue seguida por numerosos obreros que sufrían condiciones de vida extremadamente miserables en distintas ciudades, quedando adoptada esta fecha para la manifestación internacional.

A su regreso, el delegado español en el Congreso de París, Pablo Iglesias, informó a sus compañeros de los acuerdos allí adoptados, como la jornada de 8 horas, limitación del trabajo de menores y mujeres, abolición del nocturno, o supresión del destajo, e incluida la paralización del trabajo el 1º de mayo. Llegada la fecha fijada, y tras nueve meses de preparación, en Valencia, Bilbao y Barcelona se celebraron sendas manifestaciones, que en el caso de la capital se decidió posponer al domingo día 4, con intención de que la festividad facilitase su participación al mayor número posible de ciudadanos. A las once de la mañana el salón teatro del Liceo Ríus, en la cuesta de Atocha, estaba abarrotado de obreros, acompañados de periodistas de toda España y con asistencia del delegado gubernativo, siendo presidido el acto por el impresor y dirigente socialista Matías Gómez. Tras sucesivas intervenciones de los representantes de diversas sociedades obreras, entre las que destacaron las de los tipógrafos Juan José Morato y Francisco Diego, cerró el acto el presidente del Partido Socialista y de la Agrupación madrileña, Pablo Iglesias, quien glosó la importancia que para la clase obrera suponían los acuerdos aprobados en el Congreso de París, dando lectura al documento dirigido al Consejo de Ministros con todos ellos, que se proponía entregar en mano tras la finalización de acto. Inmediatamente se formó la nutrida manifestación, encabezada por numerosos delegados obreros, más de cuarenta periodistas y algunos representantes de la autoridad, que pudieron dejar constancia del orden con que se produjo la marcha lo largo de todo su trayecto. La multitud bajó el paseo de Atocha hasta la glorieta para recorrer el del Botánico y subir por la calle de Alcalá hasta la Presidencia del Consejo, donde su titular, señor Sagasta, recibió en su despacho a la representación encabezada por Iglesias, quien le hizo entrega del documento con los acuerdos de París. El presidente les felicitó por el orden con que se había llevado a cabo la manifestación, asegurándoles que el Consejo estudiaría con sumo interés todas las reivindicaciones necesarias para mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora.

A la salida, y en la puerta de la Presidencia, Iglesias dio cuenta a la multitud de la respuesta de Sagasta, disolviéndose de inmediato la manifestación sin alboroto alguno. El número de asistentes fue muy dispar según los distintos medios: “La Época”, lo fijó de 2.000 a 3.000, mientras que “La Unión Católica” aseguró que fueron 40.000. Los cálculos intermedios de otros periódicos oscilaron entre 10, 15 y 20.000.

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